16 aventureros emprendieron una travesía con destino a Oviedo montados en un confortable vehículo, que al cabo de un rato se convirtió en una tortura para sus asentaderas. En su equipaje sólo había un atuendo elegante; algunos olvidaron el pijama, pero ninguno la ilusión de tener frente a sus ojos la imagen de los Príncipes de Asturias.
Con siete horas de viaje a cuestas, una película apreciada por pocos, algunos bocatas de paso y una que otra siesta torcida, por fin llegaron a su destino. Fueron recibidos con las cálidas notas de la gaita, contrarrestadas por una fuerte ráfaga de viento frío que se coló entre las chaquetas a manera de bienvenida. Ricos sabores con apariencia caldosa mitigaron el hambre acumulada durante el trayecto.
Una vez con el estómago lleno, dos horas como límite y un fondo común para comprar botellas de sídra, los aventureros se lanzaron a la conquista de Oviedo, una ciudad que conserva el sabor del pasado con tintes de modernidad.
El recorrido estuvo aderezado por hermosas panorámicas antiguas y algunas paradas para hacer fotografías e inmortalizar el viaje. En todo momento saltaban a la vista dispositivos de seguridad encargados de resguardar la integridad de la que esa noche sería acogida como nueva hija de la ciudad, Letizia Ortiz. Sin embargo, el destino de los 16 exploradores no era como testigos de aquel acontecimiento, su siguiente parada estaba a unos pasos de ahí.
A su llegada, fueron recibidos por un amable mozo que emulando la plasticidad de un torero, elevó su brazo por encima de su cabeza y destiló un elixir de manzana frente a las miradas de asombro de los asistentes. Los más osados intentaron la complicada faena con el temor de derramar el líquido sobre su ropa.
La noche cayó sobre la ciudad y los protagonistas de esta historia se dirigieron a una tertulia cargada de: charlas, bocadillos, gaitas, pasos de baile, risas y alegría; acompañados por el sabor de la sidra.
Un nuevo amanecer trajo consigo el día más importante de la visita, con él, la oportunidad de sacar de la maleta las zapatillas altas, camisas, abrigos y una que otra corbata.
La ilusión de conocer a los príncipes seguía latente, pero los aventureros tuvieron que conformarse con pisar el hotel que los hospeda e imaginarlos en algún lugar de aquel hermoso sitio. La lección más importante del viaje estuvo a cargo de sobrevivientes del Holocausto, quienes reflejan en su mirada el dolor de un pasado escalofriante confortado por el milagro de estar vivos y la ilusión de disfrutar el eterno cobijo de la paz.
Sus palabras enmudecieron a los asistentes y minimizaron las banalidades cotidianas que suelen agobiar sus mentes. Ellos han sentido en carne propia lo que es el dolor, la muerte, la desesperación, la destrucción y la maldad humana, pero al mismo tiempo, aprecian el valor de un nuevo amanecer.
Con siete horas de viaje a cuestas, una película apreciada por pocos, algunos bocatas de paso y una que otra siesta torcida, por fin llegaron a su destino. Fueron recibidos con las cálidas notas de la gaita, contrarrestadas por una fuerte ráfaga de viento frío que se coló entre las chaquetas a manera de bienvenida. Ricos sabores con apariencia caldosa mitigaron el hambre acumulada durante el trayecto.
Una vez con el estómago lleno, dos horas como límite y un fondo común para comprar botellas de sídra, los aventureros se lanzaron a la conquista de Oviedo, una ciudad que conserva el sabor del pasado con tintes de modernidad.
El recorrido estuvo aderezado por hermosas panorámicas antiguas y algunas paradas para hacer fotografías e inmortalizar el viaje. En todo momento saltaban a la vista dispositivos de seguridad encargados de resguardar la integridad de la que esa noche sería acogida como nueva hija de la ciudad, Letizia Ortiz. Sin embargo, el destino de los 16 exploradores no era como testigos de aquel acontecimiento, su siguiente parada estaba a unos pasos de ahí.
A su llegada, fueron recibidos por un amable mozo que emulando la plasticidad de un torero, elevó su brazo por encima de su cabeza y destiló un elixir de manzana frente a las miradas de asombro de los asistentes. Los más osados intentaron la complicada faena con el temor de derramar el líquido sobre su ropa.
La noche cayó sobre la ciudad y los protagonistas de esta historia se dirigieron a una tertulia cargada de: charlas, bocadillos, gaitas, pasos de baile, risas y alegría; acompañados por el sabor de la sidra.
Un nuevo amanecer trajo consigo el día más importante de la visita, con él, la oportunidad de sacar de la maleta las zapatillas altas, camisas, abrigos y una que otra corbata.
La ilusión de conocer a los príncipes seguía latente, pero los aventureros tuvieron que conformarse con pisar el hotel que los hospeda e imaginarlos en algún lugar de aquel hermoso sitio. La lección más importante del viaje estuvo a cargo de sobrevivientes del Holocausto, quienes reflejan en su mirada el dolor de un pasado escalofriante confortado por el milagro de estar vivos y la ilusión de disfrutar el eterno cobijo de la paz.
Sus palabras enmudecieron a los asistentes y minimizaron las banalidades cotidianas que suelen agobiar sus mentes. Ellos han sentido en carne propia lo que es el dolor, la muerte, la desesperación, la destrucción y la maldad humana, pero al mismo tiempo, aprecian el valor de un nuevo amanecer.
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